¡Estamos igual!

Jordi me pasa el libro Vida y muerte de la República española de Henry Buckley. ¡Me dice que estamos igual! Me entra la curiosidad de saber por qué hace este comentario.

Fotografia Catalunya
Móra d’Ebre, Batalla de l’Ebre. Novembre 1938. Fons Henry Buckley de l’Arxiu Comarcal de l’Alt Penedès

El autor nació en Manchester el 1904, llegó a España el 1929 y escribió crónicas sobre el país hasta el 1939. Vivió la caída de la monarquía, la Segunda República y la Guerra Civil. Fue un testigo desde las calles de Madrid o Toledo; desde las trincheras de la Ciudad Universitaria o la Batalla del Ebro, donde cruzó el Ebro gracias a Ernest Hemingway que cogió los remos de la barca y no se los llevó el río; hasta la última reunión del Gobierno de la República en las mazmorras – él dice tumba- del Castillo de Figueras y los campos de concentración de Argelers.

El corresponsal de guerra era conservador, católico y tenía una profunda conciencia social: No me imagino Cristo del lado del dinero y del poder. Le decepcionaban las masas de analfabetos, la miseria general y la pobreza de los campesinos sometidos al feudalismo crónico de los poderosos bajo el vergonzante palio de la fe católica. El historiador Paul Preston dice en el prólogo: «El libro está impregnado de la simpatía por los españoles pobres, que apenas se ganaban la vida sufriendo las condiciones en un país dominado por el ejército, los terratenientes y la iglesia católica. Estaba sorprendido por la brutalidad de la policía y los guardias civiles”. Como ahora.

El libro lo escribió en Londres a finales del 1939 durante los pocos meses que precedieron al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Avisa que el fracaso de la II República se produjo porque estaba inspirada en las democracias europeas, en horas bajas por el temor al comunismo y enalteciendo el fascismo. Era fácil repartir las culpas en los otros, cuando la verdadera razón, el enemigo auténtico, era el mismo sistema democrático. Si la democracia solo tiene que servir para un cambio de decorado gatopardiano -«Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie»- donde la sociedad es dominada por el poder de una clase social y las influencias del dinero, es que todavía estamos perpetuando la dinámica del siglo XIX y del XX, la de siempre. Como ahora.

El periodista murió en Sitges el 1972, tres años antes de la muerte de Franco. La traducción al castellano es de 2004 de la mano de su hijo Ramón. La edición del viejo amigo corresponde a la tercera reimpresión de la tercera edición de octubre del 2017. Sí, octubre del 2017. ¿Lo recordáis? ¿Es inevitable repreguntar-se, una y otra vez, se puede hacer un paralelismo entre los años treinta y la actualidad? ¿Qué pensaría Henry Buckley de la España actual? ¿Qué pensaría si volviera al Hotel Florida donde escribía sus crónicas y ahora encontrara El Corte Inglés?

Seguro que, en cuanto a las condiciones de vida, no la reconocería. No vivimos como en los años treinta del siglo pasado. Era una sociedad en que los poderosos se habían negado a hacer la revolución industrial para no perder sus privilegios. La República no consiguió ningún progreso económico porque ni siquiera tuvo la fuerza de hacer la Reforma agraria pendiente que permitiera superar el feudalismo de los caciques y de los funcionarios: “Madrid, un millón de habitantes viven a expensas del resto de la nación caciquil”. España tuvo que esperar el desarrollismo de los sesenta, la entrada en Europa, la fiebre inmobiliaria y la crisis del 2008 para saberse una sociedad económicamente moderna. Yo nací en el 60 y en casa teníamos una radio de válvulas; mi hijo olímpico llegó con el rúter y wifi de serie. Nada a comparar.

Pero, ochenta años después, nos recordaría que el fascismo era una realidad a punto de estallar en Europa. Y hoy, amigo Jordi, otra oleada globalizada del fascismo posmoderno nos puede volver a cubrir -si no lo está haciendo- para seguir manteniendo el poder con una dictadura como la china, con una democracia iliberal como la rusa o, como formuló el politólogo Sheldon Wolin, con un totalitarismo inverso que consiste en la captura del estado por las élites económicas, que convierten los ciudadanos en consumidores y dominan la política y la sociedad gracias a los partidos y los medios de comunicación como en muchas democracias occidentales. En el mejor de los casos hemos probado democracias huidizas, espejismos efímeros de conquistas de libertades. Es difícil que las perdamos todas, de hecho, a los poderosos, más que las libertades, les interesa el poder.

Sí amigo Jordi, el poder siempre es igual, solo nos permite cambiar el decorado. Este ha sido siempre el mecanismo de la sociedad occidental in sæcula sæculorum amen. ¡No! Nada de así sea, esto no es deseable. No me conformo en vivir del sueño de una república que sea, como dice el traductor: una quimera, una utopía, una entelequia, un ideal de convivencia, una forma de ser y estar, un paraíso perdido antes, casi, de haberlo podido disfrutar. Por más varapalos y desacuerdos que vengan, insistiré con más democracia, con más ilustración, con más derechos humanos o no sé cómo, pero lo volveré a hacer. Vale la pena hacer lo que sea para favorecer unas relaciones humanas que nos permitan, como dice la filósofa Marina Garcés, una vida más vivible.

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